Se llama Efraín Ramírez y tenía 68 años aquel 10 de enero del 2012 cuando rodó por las escaleras eléctricas de la estación Río San Joaquín del Metro de la Ciudad de México.
No vi cuando cayó, pero oí el grito cuando robada por los filosos y aserrados quicios de las escaleras eléctricas que, desde niños siempre nos han hecho evitar.
Un joven de menos de 20 años, tuvo a bien detenerlo para que no llegar hasta la base y seguir rodando, rodando como si fuera un vaso de unicel.
Fue un accidente y ocurrió en menos de 10 segundos. Luego el policía asignado a los torniquetes corrió a la parte baja de las escaleras y casi por instinto detuvo el funcionamiento de ellas. Y hasta ahí todo iba bien.
Yo, quizá por el mismo instinto me acerqué a ver qué podía hacer; En ese momento no sabía el nombre del señor Efraín, ni su nombre pero, lo vi quejarse lastimosamente por la estrepitosa caída. No era el primer accidente que veía, no en el metro o en otro lugar. Tenía un golpe que le había abierto la piel de la cabeza, cerca de 5 centímetros por el área del occipital y la sangre corría por el parental derecho. Afortunadamente. Le pregunté cosas simples, con la intención de saber qué tan desorientado estaba, si estaba conciente. La sangre siguió brotando de la cabeza. Respondía bien - mejor de lo que yo esperaba - le pregunté ¿Siente calor interno en alguna parte? - No, no siento nada - Parecía que no tenía otro golpe severo. Pude ver dos raspones más: Uno en la muñeca derecha y otro en la pantorrilla izquierda. Ninguno de ellos había logrado abrir la piel.
Oía bien, así que le pedí que no se moviera en lo que recuperábamos sus efectos personales. Encontré una identificación del
IAAM-DF del que pude saber nombre, apellido, fecha de nacimiento, dirección y un teléfono a dónde llamar en caso de emergencia.
Entre tanto, el policía que había ayudado a detener las escaleras, estaba complemente estático, quizá impactado por ver la sangre que se estaba acumulando en el escalón cercano a la cabeza del señor Efraín. ¿Acaso nunca había visto sangre? Cuando obtuve la identificación le pedí por favor, llamara a una ambulancia, y si es podía hacer una llamada al número indicado. Reaccionó y llamó al jefe de la estación, luego a la ambulancia y regresó. No pudo llamar al número porque no era un número gratuito. No supe, cómo había hecho la llamada a la ambulancia.
En este momento, luego del impacto, el sangrado se había detenido pues la inflamación de la piel había llegado a un punto dónde no hay espacio para salir. En la misma identificación había un celular, con el nombre del hijo del señor Efraín (él me lo dijo, en lo que esperábamos al policía). Y llegó su jefe, o al menos el responsable - quién no dejaba de tomar nota en una hojita de papel - Le pedí a él que llamara al número, luego de que confirmó que ya habían pedido una ambulancia.
Lo vi alejarse y rascarse la cabeza, como sin saber qué hacer. Luego me fue claro: No pueden hacer llamadas a celular desde la estación. Tuvo que sacar una moneda (propia) e intentar llamar de uno de los teléfonos públicos. No tuvo suerte. Y regresó con nosotros.
Llegó el jefe de estación y el mismo estado. El primer policía, sabía qué hacer hasta cierto punto pero luego se perdió detrás de la figura de su jefe, que a su vez lo hizo con el jefe de estación. Todos veían la sangre y se congelaban.
Tomé nuevamente la identificación y llamé al número etiquetado como: En caso de accidente. No hubo respuesta. Luego al número celular que estaba ahí, y debía preguntar por su hijo homónimo. Luego de 5 intentos se pudo concretar. Le dije en tono calmado que su papá estaba bien, pero había caído dentro del metro. Que ya venía la ambulancia, pero necesitábamos que alguien pudiera venir, en caso de que pidieran más datos. Omití toda la sangre, la herida y raspones; También las escaleras eléctricas, el sonido de su padre cayendo y rodando. No era necesario.
Y todos me miraban extrañados. Oí los rumores de la gente alrededor; Vi como la señora que vendía dulces a la entrada del metro, levantó su puesto completo en cuestión de segundos y se fue. Luego regresó como parte de la masa de mirones. El joven que lo detuvo, ayudó a recolectar más cosas: Un peine, unos billetes doblados (70 pesos), los lentes (viejos, pero hoy dirían hipster o vintage), unos adaptadores para máquina de cortar el cabello. Su camisa azul, se había arrugado por un lado presumía ya dos gotas de sangre, que luego se quitarían.
Ayudamos a incorporar al señor Efraín sobre uno de los escalones y seguimos esperando a la ambulancia. Cuando bajaron los paramédicos, me hice un lado y fui. Al llegar al andén, me di cuenta de que tenía un poco de sangre en la palma de la mano derecha, pero ya se había secado. No era mucha.
Mientras regresaba, pensé en el rostro del primer policía y me pregunté ¿No acaso los elementos están entrenados en primeros auxilios y deben saber cómo proceder? ¿Nunca había visto sangre? ¿Sería la primera vez que veía accidentarse a un adulto mayor?
Cuando llegó el segundo policía ¿Por qué no pudo hacer una llamada a un teléfono celular? Para esa pregunta, me respondí - quizá no tienen los elementos necesarios para hacerlo pues ellos son externos al personal de la estación - son apoyo. Pero ¿Por qué solo una persona sabía qué hacer?
¿Cuántos de nosotros tenemos una identificación con nosotros todo el tiempo con un nombre y teléfono a dónde llamar? ¿Habrá alguien ahí para responder? La persona que llame ¿Tendrá la suficiente paciencia para decir que tuvimos un accidente? ¿Podrá decirlo sin alarmar en demasía a esa persona?
Muchas preguntas. Y todo pasa muy rápido.
Estoy cierto, que el señor Efraín ya está muy bien; Seguramente necesitó unas 5 ó 6 puntadas, como las que tuvieron que hacerle en su mano izquierda y me mostró cuando se hubo sentado, pues se había cortado con un serrucho unas semanas atrás “Apenas estaba saliendo de una”. Era un señor, muy fuerte.
Y yo, me acordé de mi viejita.
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