En la madrugada del aniversario de este año venía rodando
desde Texcoco, a esa hora en que los magueyes que tú me enseñaste comienzan a
desprender su olor característico y que – según recuerdo – indica que ya están
listos para hacer pulque.
Este año han pasado varias cosas y parece que los cambios
seguirán; pero ya estamos en la época de poner la ofrenda y aún no comenzamos a
poner.
Comencé a formalizar lo poco que sabía de fotografía; con el
avance he dejado atrás algunos vicios. Mis fotos se han transformado y aunque
están lejos de ser las mejores, son una muestra más de que puedo seguir
aprendiendo. Pero a ratos es triste. Porque no dejo de pensar que seguirías
siendo mi modelo para experimentar diferentes valores de exposición, bien para capturar
tu mirada cándida que se perdía en el horizonte mientras tratabas de no tener
frío. Recuerdo que entrelazabas tus manos y que únicamente las movías para
sacar algo de la bolsa del sweater. Porque
no te gustaba usar guantes. No podré fotografiar nunca más su textura:
delgadita y fría como papel, de las venas azulosas o tus uñas amarillentas.
Ahora sólo es un recuerdo tan vívido, que duele. Pero no puedo regresar el
tiempo atrás.
Este año también comencé a usar lentes; la primera vez que me vi al espejo en casa, mis ojos se llenaron con de lágrimas pues me recordaron los tuyos y esas veces en que fui necio e intentaba quitártelos o cambiarlos. Fui muy tonto. Los uso diario y cuando no lo tengo entiendo tu desesperación cuando no lo ubicabas. Recuerdo haber pedido deshacerse de ellos, pues ya no tenía dueña.
Este año también comencé a usar lentes; la primera vez que me vi al espejo en casa, mis ojos se llenaron con de lágrimas pues me recordaron los tuyos y esas veces en que fui necio e intentaba quitártelos o cambiarlos. Fui muy tonto. Los uso diario y cuando no lo tengo entiendo tu desesperación cuando no lo ubicabas. Recuerdo haber pedido deshacerse de ellos, pues ya no tenía dueña.
Apenas el domingo pasado – y nuevamente al regresar de
Texcoco – vi un campo de flores de Cempazúchitl como los que tú habrás visto
cuando eras joven, amarillo y naranja sobreviviendo a los rayos del Sol
directo. Pero éste, tenía la extensión de una hectárea cuando más; las flores
alcanzaban unos 70 centímetros. Estaban ya listas. La cosecha quizá no sería
muy buena pero suficiente para decorar todas las tumbas del panteón que estaba
un poco más arriba. Acaso no serían objeto de venta sino de uso comunal.
He escuchado Bad
de U2 muchas veces últimamente y recuerdo que tú me preguntabas ¿Esa canción
dice aguado güey? Entonces se me
olvida la canción y la letra. La repito varias veces para intentar recordar el
tono de voz con que hacías la pregunta; acaso la risa posterior de burla.
- ¿Y qué vas a hacer hasta Texcoco?
- Pues a andar en bicicleta.
Y no es la primera vez. Tampoco tengo una pero dos
bicicletas. Que me han permitido ver campos verdes que parecen no terminar; mirar
el Valle de Anáhuac quizá como lo hicieron los españoles al bajar de Puebla. Oler
los más diversos olores que emaman de una Ciudad como ésta. Tomar el agua más limpia
de un río críspido y frío, mismos que pensé, ya no existían más cerca de la
Ciudad. Al sumergir el envase para agua en la corriente, intenté no hacerlo con
demasiada fuerza para no agitar la tierra que descansaba en el fondo y que por
lo tanto no entrara en él. Eso no me lo enseñaste; pero supongo que lo tuviste
que hacer todas esas veces en que tu mamá te mandaba al río a traer agua, en lo
que tus hermanos iban por el pulque y las tunas de agosto.
Apenas ayer, el Café Tacvba sacó un nuevo disco; quizá no te
acuerdes pero es ese grupo donde “uno de
los muchachos daba brincos como
chapulín” mientras cantaba en Siempre
en Domingo, una de las tantas tardes que vimos la televisión juntos. Y ya
han pasado muchos años, viejita. Sólo que Rubén ya no brinca tanto. Se están
haciendo viejos, conmigo. Ahora ya no hacen canciones adolecentes, pero cosas que
permean temas más familiares o “maduros” – cualquier cosa que eso signifique -.
Me siguen gustando las cocinas de humo.
Sigo partiendo el pan, por la mitad; invariablemente.
¿Usaste alguna vez una bicicleta?
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