miércoles, 24 de octubre de 2012

Año dos

-->
En la madrugada del aniversario de este año venía rodando desde Texcoco, a esa hora en que los magueyes que tú me enseñaste comienzan a desprender su olor característico y que – según recuerdo – indica que ya están listos para hacer pulque.

Este año han pasado varias cosas y parece que los cambios seguirán; pero ya estamos en la época de poner la ofrenda y aún no comenzamos a poner.

Comencé a formalizar lo poco que sabía de fotografía; con el avance he dejado atrás algunos vicios. Mis fotos se han transformado y aunque están lejos de ser las mejores, son una muestra más de que puedo seguir aprendiendo. Pero a ratos es triste. Porque no dejo de pensar que seguirías siendo mi modelo para experimentar diferentes valores de exposición, bien para capturar tu mirada cándida que se perdía en el horizonte mientras tratabas de no tener frío. Recuerdo que entrelazabas tus manos y que únicamente las movías para sacar algo de la bolsa del sweater. Porque no te gustaba usar guantes. No podré fotografiar nunca más su textura: delgadita y fría como papel, de las venas azulosas o tus uñas amarillentas. Ahora sólo es un recuerdo tan vívido, que duele. Pero no puedo regresar el tiempo atrás.

Este año también comencé a usar lentes; la primera vez que me vi al espejo en casa, mis ojos se llenaron con de lágrimas pues me recordaron los tuyos y esas veces en que fui necio e intentaba quitártelos o cambiarlos. Fui muy tonto. Los uso diario y cuando no lo tengo entiendo tu desesperación cuando no lo ubicabas. Recuerdo haber pedido deshacerse de ellos, pues ya no tenía dueña. 

Apenas el domingo pasado – y nuevamente al regresar de Texcoco – vi un campo de flores de Cempazúchitl como los que tú habrás visto cuando eras joven, amarillo y naranja sobreviviendo a los rayos del Sol directo. Pero éste, tenía la extensión de una hectárea cuando más; las flores alcanzaban unos 70 centímetros. Estaban ya listas. La cosecha quizá no sería muy buena pero suficiente para decorar todas las tumbas del panteón que estaba un poco más arriba. Acaso no serían objeto de venta sino de uso comunal.

He escuchado Bad de U2 muchas veces últimamente y recuerdo que tú me preguntabas ¿Esa canción dice aguado güey? Entonces se me olvida la canción y la letra. La repito varias veces para intentar recordar el tono de voz con que hacías la pregunta; acaso la risa posterior de burla.

- ¿Y qué vas a hacer hasta Texcoco?
- Pues a andar en bicicleta.

Y no es la primera vez. Tampoco tengo una pero dos bicicletas. Que me han permitido ver campos verdes que parecen no terminar; mirar el Valle de Anáhuac quizá como lo hicieron los españoles al bajar de Puebla. Oler los más diversos olores que emaman de una Ciudad como ésta. Tomar el agua más limpia de un río críspido y frío, mismos que pensé, ya no existían más cerca de la Ciudad. Al sumergir el envase para agua en la corriente, intenté no hacerlo con demasiada fuerza para no agitar la tierra que descansaba en el fondo y que por lo tanto no entrara en él. Eso no me lo enseñaste; pero supongo que lo tuviste que hacer todas esas veces en que tu mamá te mandaba al río a traer agua, en lo que tus hermanos iban por el pulque y las tunas de agosto.

Apenas ayer, el Café Tacvba sacó un nuevo disco; quizá no te acuerdes pero es ese grupo donde “uno de los muchachos daba brincos como chapulín” mientras cantaba en Siempre en Domingo, una de las tantas tardes que vimos la televisión juntos. Y ya han pasado muchos años, viejita. Sólo que Rubén ya no brinca tanto. Se están haciendo viejos, conmigo. Ahora ya no hacen canciones adolecentes, pero cosas que permean temas más familiares o “maduros” – cualquier cosa que eso signifique -.

Me siguen gustando las cocinas de humo.

Sigo partiendo el pan, por la mitad; invariablemente.

¿Usaste alguna vez una bicicleta?

.gus0