Olía a parafina quemada. Había veladoras, como cuando ponías la ofrenda del día de muertos - Una vez cada año era posible ver a esas personas que ya no estaban entre nosotros y podían regresar esa noche. Los muertos regresan ese día, porque se les extraña - Me explicaste.
Un día como hoy, pero hace un año te fuiste. Por la mañana todavía pude oír tu voz antes de ir a trabajar. Un día lluvioso. Me avisaron que te habías ido justo antes de que despuntara la noche. Manejaba.
Venías de un lugar y tiempo diferentes; Viviste todas las épocas y sin embargo siempre te vi usar falda a colores, a veces aderezada por un delantal, y tus medias. ¿Un pantalón? Nunca, no era de mujeres. Tenías historias de trenes, y largos viajes. Platicabas de la Revolución y tus hermanos. De monedas de oro, escondidas en un jarrón de barro.
La casa dejó de oler a comida hace doce años, cuando dejaste de cocinar. Pero gracias a ti conocí las cocinas ‘de humo’ del siglo pasado, donde tu mamá preparaba la comida. Me enseñaste los animales del campo, la comida y bebidas por igual. Nada sabe más rico que una tortilla con chile y un sorbo de pulque recién traído a lomo de burro luego de una lluvia; Con olor a tierra mojada.
Intentaste explicar el mundo, a través de tus ojos y experiencias. Me dejaste decenas de palabras que ya pocos usan. Dichos y refranes que ahora hacen reír a más de uno, pero que encierran siempre tu sabiduría – Cuídate de las calladitas -.
Me enseñaste el radio y sus canciones que en algún recoveco de mi memoria están arraigadas; Las narraciones de los partidos de fútbol o las novelas que, luego cambiamos al llegar la televisión a nuestras vidas. Me llevaste también al cine, con los pocos pesos que tenías.
Me enseñaste siempre a partir el pan siempre en dos, pues no siempre cabe en la boca; A dejar lo más rico siempre para el final. A nunca salir de la casa sin desayunar. Aunque sea café; Tu café siempre era con leche.
Me enseñaste las divertidas gelatinas de rompope y las inigualables enchiladas potosinas, que siguen haciendo las delicias de la casa. Ambas de la tierra de mi madre.
Nunca me compraste todo lo que quise. Quizá por ello me hice analítico y saber elegir entre cosas para comprar o quizá a cuidar las cosas meticulosamente. Todo.
Extraño tus manos: Suaves, arrugaditas, frías y finas como si fuesen de papel. Que bien que dieron más de manazo, así como cuando me acariciaban la cabeza mientras estaba estudiando. Cuando mirabas la televisión y decías que tenías frío.
Extraño tu caminar a ritmos pausado y el sonido sordo de tu bastón golpeando el piso. Te extraña la esquina donde solías tomar el Sol por las tardes, donde muchas tardes me esperaste.
Extraño tus ojitos pequeños, detrás de esos lentes que tantas veces te quise cambiar, pero siempre me decías: Que ya no valía la pena; Y luego hacías berrinche cuando no eran los mismos.
Extraño tu suéter azul, ese con los hoyitos que le hacías cuando se iba la luz.
Siempre escucho tu voz, que me recomienda llevar “Algo para taparme”, aún y el Sol esté en su máximo esplendor porque “Uno nunca sabe”. Algo así como cuando me decías que antes de ir a una fiesta siempre hay que comer, porque “No sabemos a qué hora darán de comer”.
Fuiste curiosa incansable y la mejor apiladora de objetos que jamás he conocido.
Seguramente estás en un mejor lugar, pues siempre creíste en la Iglesia y sus rituales, aún cuando ya no recordabas por completo las oraciones. Todas las noches rezabas, aún en esos últimos días. Nunca supiste cómo es que salí “Tan ateo”.
Esta noche te he vuelto a cargar; Pesas menos. Sabes que recuerdo tu peso de cuando te caías porque ya no veías bien. O cuando tuvimos que hacer la Maniobra de Heinrich. Te has vuelto cenizas.
Yo te veo siempre. Vives, y vivirás en mi. Siempre.
Mi madre también te extraña.
.guSo
No sé porqué diablos no te había leído antes...
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