Ella usaba aún aquel uniforme azul obscuro y su falda tableada, que dejaba ver sus piernas todavía infantiles. Su cabello castaño claro, que casi rosaba los hombros, siempre con una peineta o una coleta adosada con un listón rojo.
Sus miradas se cruzaron tímidamente, aquellas primeras veces, y no sabían qué decir.. Luego de verse una vez por semana, podían sostener la mirada, por espacio de tiempo cada vez más grande. Eran los tiempos en que el primer disco de Café Tacvba ya sonaba en el radio. Algunas cosas eran novedosas, pero al escuchar “Las Persianas”, era casi imposible no pensar en la “Persiana Americana” de Soda Stereo.
A esta corta edad, y luego del paso al menos un año, comenzaron a pensar diferente. Cambió de uniforme y la falda subió al menos un par de centímetros de cómo la recordaba, y aparecieron unos extraños fierros en su boca. Quizá fue por ese tiempo, él la oyó hablar más de tres palabras, a la vez.
Desearon un beso.
El jueves era el día para verse, siempre y cuando no lloviera o no fueran vacaciones, porque el uniforme desaparecía y usaba ahora ropa común y corriente. No se podían pues, ver sus delgadas y cada vez más largas piernas.
Nunca la volvió a ver en uniforme, conforme pasaron los años. Fue en ese entonces que ella le anotó en un cuadrito, otrora la contraportada de un disco grabable, un número de teléfono y su nombre. La tilde en él, tenía forma de triángulo e iba sobre la segunda letra de su nombre – sí, luego de la mayúscula – y no era corto, tampoco largo.
Un día la esperó fuera de su colegio, con una flor y la pudo entregar.
Después de encontrarse en el mismo lugar todos esos años, un día se atrevió a acompañarla hasta dónde terminaba la cuadra, bajo la mirada vigilante de su madre y otras de su tía. De alguna manera se sentía identificado o aceptado. Era difícil comprender el sentimiento.
Quizá deseaban tocar sus manos.
Cuando finalmente se animó a llamarle por teléfono, pudo hablar con ella más de 15 minutos; Había sido un gran logro. Quizá le habría gustado regalarle un cassette con las canciones que le recordaban su sonrisa, ahora ya sin los fierros extraños. O aquella con la descubrió, que ya usaba maquillaje.
¡Llámame pronto!
Y ella volvió a crecer, y ahora ya no podía acudir a la cita de cada semana. Ahora sólo venía su madre o tía y a veces podía oír noticias, novedades. Y las visitas se fueron haciendo cada vez más lejanas.
Era natural pensar que ella, dio muchos besos.
Y la música cambió, conforme la edad también avanza. Ya no había más Soda y el Café ya era de cuatro placas.
Desde temprana edad, tuvo la mala costumbre de guardar cosas, atesorar cosas sin mucho sentido o valor futuro. Entonces, quedo todo encerrado en una bolsa plástica, de aquellas que no se degradan, solo guardan olores. Un buen día apareció el cuadrito de papel. El número aún es legible y si marca da tono de timbrado, pero nunca ha esperado a oír la voz que completa el circuito.
Finalmente la encontró a la puerta de aquél edificio dónde, alguna vez, fue a dejar un encargo y donde, al menos un par de veces, estuvo esperando verla salir, aunque fuera a la papelería o de regreso a casa. Ya no hay uniforme, tampoco el cabello castaño; el maquillaje sigue. La vio un poco “fuera de foco, inalcanzable” como siempre.
Espera que no lo haya reconocido, porque han pasado 20 años; Se conocieron cuando eran niños en la pubertad pero nunca para jugar esos, juegos en la obscuridad. Ni siquiera, pudieron dar un beso.
Algún día, llamará; Sólo debe encontrar, de nuevo, el teléfono.
.gus0
Pa' su mecha!... qué buen cuento. Felicidades!
ResponderEliminarme trajo recuerdo increíbles y mucha nostalgia. Gracias!
ResponderEliminarI like I like (Era)
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